miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Sur
Martes 24 de agosto de 2010, Acapulco, Guerrero


¿Y me hice poeta?


Por Federico Vite
La novela breve del guerrerense Andrés Acosta, Cómo me hice poeta, fue editada por Ficticia en 2010 y obtuvo el Premio Nacional de Novela Juan García Ponce 2008-2009. Este libro de 110 páginas reúne a intentos de escritores en una sátira que recuerda un libro del español José Ángel Mañas: Soy un escritor frustrado.

Vayamos por partes, en Cómo me hice poeta el protagonista confiesa en primera persona su vida. Da cuenta de las ocurrencias de alguien que pretende tener fama, dinero y mujeres al publicar un libro, pero no sabe escribir. Estos anhelos ponen en marcha los engranajes de una novela lineal que se agiliza con anécdotas disparatadas; por ejemplo, los intentos de novelistas y poetas que aparecen en este continente literario se sumergen en las canónicas clases de la Academia de Escritores; intentan escribir, pero les sale espuma. No hay talento ni disciplina. Este documento bien podría ser un manual para quienes asisten con euforia a las fiestas semanales de la Escuela de Escritores de la Sogem en el DF.

La novela utiliza un lenguaje sencillo, la densidad del humor es la cuota que más celebro porque la literatura mexicana sonríe muy poco, se da menos tiempo para buscar en el absurdo la vitalidad de esta época caracterizada por la sin razón, la necesidad de reconocimiento y el miedo al fracaso.
Con este libro, Acosta nos muestra el cariz del continente literario del DF y alguna que otra zona del país que se caracteriza por las fiestas “tira curriculum”, donde la presunción es la norma y el ejercicio solitario de la literatura es cada vez menos atendido.
El motor de Cómo me hice poeta es el anhelo de ser novelista, de romper el bloqueo creativo y superar las primeras trece páginas; incluso se recurre a un “Puntuador” –versión literaria del profesor Miyagi– y a una grupo de saboteadores de carteles, anuncios y mantas, cuyas armas son el punto y la coma. Desfilan pues por estas páginas varias de las simulaciones actuales en la literatura mexicana: sexo virtual, fanatismo literario, pose cultural, el denuesto como deporte familiar y, por supuesto, las traiciones políticas.

Pienso, como les decía hace unos párrafos, que la novela de José Ángel Mañas sería como la gemelo de este libro de Acosta. En el narrador español, la tragedia es similar: el vacío existencial es la norma. Pero no se menciona –ni en Andrés ni en José Ángel– como lo enuncia Vila-Matas en El mal de Montano: la literatura también daña, hiere y seca. Este vacío, el del protagonista de Cómo me hice poeta, habla más de lo inane del medio literario en México. Se enseña que para llegar a las editoriales prestigiadas se debe trabajar con el mismo fragor burocrático de un empleado de servicio federal.
La vida para los escritores con exigencias de fama, sugerida por Acosta, tiene un camino palmario: sufrir a jefes pendejos, corregir escritores inexpertos y dedicarse finalmente a crear poemas cursis, vendibles a las parejas románticas de Coyoacán.
Mañas, en cambio, desnuda las relaciones de poder entre profesores universitarios y el mundo literario. Soy un escritor frustrado (1996) es un psicothriller en el que un novelista también abraza la derrota como respuesta a sus preocupaciones existenciales; incluso, el español hasta se da lujo de burocratizar las relaciones sexuales, de exagerar el duelo por la falta de coito y de matar por el anhelo de poseer una buena novela.
Noto que Soy un escritor frustrado y Cómo me hice poeta son una excelente combinación para entender a los escritores que puebla un circuito de la ciudad de México: Condesa-Coyoacán.

Acosta se burla de un aspecto que pocas veces se menciona en la literatura nacional: el modo gandalla de llegar a las grandes editoriales, a la fama. Seduce pues la vida de escritor, pero no el oficio de corregir y afilar cada palabra.



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