jueves, 19 de noviembre de 2009




Escribamos una novela

Morris encontró Escribamos una novela cinco minutos más tarde. No tenía sobrecubierta, probablemente porque se había roto, y por eso no localizaron el libro enseguida. Había sido editado en 1927 y formaba parte de una serie que comprendía Hagamos una alfombra, Vayamos de pesca y Divirtámonos con la fotografía. "Toda novela debe narrar una historia", comenzaba.

-¡Claro, hombre, claro! -comentó sarcásticamente Morris.

"Hay tres tipos de novela: la que tiene un final feliz, la que tiene un final desgraciado y la que no tiene final feliz o desgraciado, es decir, con otras palabras, la que, en realidad, no tiene final."

¡Aristóteles vive! Morris se sintió intrigado, a su pesar. Miró la primera página para ver el nombre del autor. "A. J. Beamish, autor de Una muchacha sincera pero distante, Misterio salvaje, Glynis, la bella del valle, etc, etc." Morris continuó leyendo.

"La mejor clase de novela es la que tiene un final feliz; luego viene la que tiene un final desgraciado, y la peor de todas es la que no tiene final. Es aconsejable que el novicio empiece con la primera clase de novela. De hecho, a menos que se tenga verdadero genio, nunca se debería intentar escribir novelas de cualquier otra clase."

-En eso acertaste, Beamish -murmuró Morris Zapp.

Después de todo, era posible que aquella manera directa y sencilla de exponer el tema fuera provechosa para los estudiantes de lengua y literatura inglesas 305, que en su mayoría eran unos mamones vagos y pretenciosos que se creían capaces de escribir la Gran Novela Estadounidense simplemente mecanografiando sus confesiones más íntimas con los nombres cambiados. Morris dejó el libro sobre su escritorio para leerlo más tarde.

David Lodge / Intercambios


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