miércoles, 22 de septiembre de 2010



¡Agua en polvo 
se presenta en la escuela primaria Frida Kahlo, el viernes 24 de septiembre!

lunes, 20 de septiembre de 2010


Conociendo los secretos de un escritor. 

Entrevista a Andrés Acosta


Tal vez te gusten las historias: las que vemos en la tele o en el cine, las que leemos en las revistas, las que escuchamos en las canciones, las que nos cuentan los amigos o la mamá o la vecina. Al escritor Andrés Acosta le gustan tanto las historias, que dedica buena parte de su vida a leerlas y a escribirlas. Entre los textos para niños que Andrés escribió, quizás ya hayas conocido la colección de cuatro cuentos, llamada Agua en polvo. Sus libros saben hacer que los lectores no divirtamos mucho leyéndolos y queramos seguir y seguir y seguir pasando páginas.
En esta entrevista, Andrés Acosta nos dice, entre otras cosas, por qué se dedica a esto de escribir, qué sería si no fuera escritor y si le gustan el deporte, los cómics y las caricaturas.

jueves, 16 de septiembre de 2010


LA UTOPÍA DEL COYOTE Y EL CORRECAMINOS

De cómo me hice poeta, de Andrés Acosta

En la novela De cómo me hice poeta (Ficticia, 2010) el guerrerense Andrés Acosta plantea una trama en la que su protagonista, un jovencito que aún vive con sus padres, decide, tras mirar una película, convertirse en escritor y vivir de las regalías de sus obras, rodeado de lujos y mujeres hermosas.

Durante 48 capítulos transmitidos en sesenta años el Coyote persiguió sin éxito al Correcaminos. Pese a que este peculiar depredador utiliza complejos artefactos Acme —como el hoyo portátil, patines de propusión a chorro, píldoras de terremoto o rocas deshidratadas— el cánido siempre resulta víctima de sus propias celadas.
Como ya sabemos, el Coyote nunca ha atrapado al avechucho de marras (existe un episodio apócrifo donde sucede lo contrario, pero eso es harina de otro costal). Generalmente, el mamífero aparece transido y hambriento. Obsesionado por atrapar al pajarraco, el cual siempre termina alejándose a toda velocidad con su inconfundible bip-bip.
Entre los aprendices a escritor pasa algo parecido: durante años buscan aquello que habrá de convertirlos, como por arte de magia, en escritores consumados. La búsqueda suele enfilarse hacia objetivos como una pluma fuente, una casa llena de libros, una beca o una cuenta bancaria.
La utopía del Coyote es creer que el Correcaminos satisfará su descomunal apetito. La del aspirante a escritor, que la literatura se vende en comprimidos de 500 miligramos, los cuales pueden ingerirse en dosis diarias durante noventa días.
Según Unamuno, las utopías son la sal de la vida. De modo que, para bien o para mal, seguiremos viendo esas huestes de incautos (por cierto, algunos no tan jóvenes) que creen que un diploma que cuelga de su sala les otorgará el cargo vitalicio de poeta. Ignoran que “hacer literatura no es un deber, pues a nadie le urge un escritor”, aclaró alguna vez Yuri Herrera.
En la novela De cómo me hice poeta (Ficticia, 2010) el guerrerense Andrés Acosta plantea una trama relacionada con lo antes mencionado. En ella su protagonista, un jovencito que aún vive con sus padres, decide, tras mirar una película, convertirse en escritor y vivir de las regalías de sus obras, rodeado de lujos y mujeres hermosas.
Naturalmente, como el chaval está desapegado a la escritura y la lectura, elegirá truculentos caminos para conseguir su objetivo. Primero se saldrá de la casa de sus padres. Conseguirá un trabajo en una lavandería (donde cree que encontrará historias fantásticas, lo cual, como ya sabemos, es más falso que el repunte económico de México). Entrará a una escuela de escritores donde aprenderá a creerse escritor, pero no a escribir. Al egresar del mentado plantel se dará cuenta de que no ha escrito absolutamente nada. Ingresará a la burocracia cultural y finalmente a una legión ultrasecreta que pretende cambiar el mundo a partir de atentados ortográficos a los anuncios y comunicados del gobierno.
La novela representa una sátira hacia la maquinaria intelectual y sus insalubres relaciones con el poder político. De cómo me hice poeta nos recuerda a El miedo a los animales de Enrique Serna o La muerte de un instalador de Álvaro Enrigue. También posee cierta afinidad a La muerte del canario del rey de Dylan Thomas y John Davenport. Sin embargo, percibo más cercanía con El hombre que fue jueves, de Chesterton, en la que su protagonista, un joven poeta, ingresa a una secta que pretende cambiar el rumbo de la humanidad.
Sin embargo, Acosta añade a su trama un potente humor que desmarca a la obra de toda pose intelectualoide y la ubica como una lectura de gran deleite. Es decir, lo que importa es cómo critica, mas no la crítica per se.
El chilpancingueño ha incursionado con éxito en la novela policiaca, así como en la literatura infantil y juvenil. Ambos estilos perviven en De cómo me hice poeta y le confieren una fuerza narrativa única, llena de divertido sarcasmo y reflexivos planteamientos sobre el aparato cultural de nuestro país.
Según las reglas del Coyote y el Correcaminos, ninguna fuerza externa puede dañar al cánido, sólo su propia ineptitud o el fallo de los productos de Acme. Con excepción de esto último, la norma también podría aplicarse a los escritores sin talento, como no es el caso de Andrés Acosta, pues de haber sido el Coyote desde hace tiempo habría atrapado al pajarraco y aliviarnos para siempre de su insoportable bip-bip. ®

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Sur
Martes 24 de agosto de 2010, Acapulco, Guerrero


¿Y me hice poeta?


Por Federico Vite
La novela breve del guerrerense Andrés Acosta, Cómo me hice poeta, fue editada por Ficticia en 2010 y obtuvo el Premio Nacional de Novela Juan García Ponce 2008-2009. Este libro de 110 páginas reúne a intentos de escritores en una sátira que recuerda un libro del español José Ángel Mañas: Soy un escritor frustrado.

Vayamos por partes, en Cómo me hice poeta el protagonista confiesa en primera persona su vida. Da cuenta de las ocurrencias de alguien que pretende tener fama, dinero y mujeres al publicar un libro, pero no sabe escribir. Estos anhelos ponen en marcha los engranajes de una novela lineal que se agiliza con anécdotas disparatadas; por ejemplo, los intentos de novelistas y poetas que aparecen en este continente literario se sumergen en las canónicas clases de la Academia de Escritores; intentan escribir, pero les sale espuma. No hay talento ni disciplina. Este documento bien podría ser un manual para quienes asisten con euforia a las fiestas semanales de la Escuela de Escritores de la Sogem en el DF.

La novela utiliza un lenguaje sencillo, la densidad del humor es la cuota que más celebro porque la literatura mexicana sonríe muy poco, se da menos tiempo para buscar en el absurdo la vitalidad de esta época caracterizada por la sin razón, la necesidad de reconocimiento y el miedo al fracaso.
Con este libro, Acosta nos muestra el cariz del continente literario del DF y alguna que otra zona del país que se caracteriza por las fiestas “tira curriculum”, donde la presunción es la norma y el ejercicio solitario de la literatura es cada vez menos atendido.
El motor de Cómo me hice poeta es el anhelo de ser novelista, de romper el bloqueo creativo y superar las primeras trece páginas; incluso se recurre a un “Puntuador” –versión literaria del profesor Miyagi– y a una grupo de saboteadores de carteles, anuncios y mantas, cuyas armas son el punto y la coma. Desfilan pues por estas páginas varias de las simulaciones actuales en la literatura mexicana: sexo virtual, fanatismo literario, pose cultural, el denuesto como deporte familiar y, por supuesto, las traiciones políticas.

Pienso, como les decía hace unos párrafos, que la novela de José Ángel Mañas sería como la gemelo de este libro de Acosta. En el narrador español, la tragedia es similar: el vacío existencial es la norma. Pero no se menciona –ni en Andrés ni en José Ángel– como lo enuncia Vila-Matas en El mal de Montano: la literatura también daña, hiere y seca. Este vacío, el del protagonista de Cómo me hice poeta, habla más de lo inane del medio literario en México. Se enseña que para llegar a las editoriales prestigiadas se debe trabajar con el mismo fragor burocrático de un empleado de servicio federal.
La vida para los escritores con exigencias de fama, sugerida por Acosta, tiene un camino palmario: sufrir a jefes pendejos, corregir escritores inexpertos y dedicarse finalmente a crear poemas cursis, vendibles a las parejas románticas de Coyoacán.
Mañas, en cambio, desnuda las relaciones de poder entre profesores universitarios y el mundo literario. Soy un escritor frustrado (1996) es un psicothriller en el que un novelista también abraza la derrota como respuesta a sus preocupaciones existenciales; incluso, el español hasta se da lujo de burocratizar las relaciones sexuales, de exagerar el duelo por la falta de coito y de matar por el anhelo de poseer una buena novela.
Noto que Soy un escritor frustrado y Cómo me hice poeta son una excelente combinación para entender a los escritores que puebla un circuito de la ciudad de México: Condesa-Coyoacán.

Acosta se burla de un aspecto que pocas veces se menciona en la literatura nacional: el modo gandalla de llegar a las grandes editoriales, a la fama. Seduce pues la vida de escritor, pero no el oficio de corregir y afilar cada palabra.