miércoles, 28 de enero de 2009

En el aeropuerto

Las autoridades recomiendan que, en caso de que usted cometa la imprudencia de retirar dinero de una casa de cambio del aeropuerto de la ciudad de México, mejor se dé un tiro en la cabeza usted mismo; esto para evitarse molestas complicaciones posteriores, tales como una penosa agonía y, a la vez, ahorrarle trabajo a los policías... perdón, a los asaltantes.


lunes, 26 de enero de 2009


Taller de formación de maestros escritores
con Andrés Acosta

Martes 27 de enero
10:00 - 14:00

Región VI, Secretaría de Educación de Guanajuato
Irapuato, Guanajuato

miércoles, 21 de enero de 2009


Fuerte de san Diego, de noche, Acapulco


Escritores del Pacífico en Blanco Móvil

DISTRITO FEDERAL, México, 20/01, (N22/Notimex).- Las plumas de Andrés Acosta, José Dimayuga, Grissel Gómez, Ernesto Lumbreras, Jorge Souza y Oscar Wong, entre otros, son reunidas en el más reciente número de la revista Blanco Móvil, que en esta ocasión está dedicado al primer Encuentro de Escritores del Pacífico, realizado en julio de 2008.

Este número, según se explica en un comunicado emitido por la publicación, ofrece la participación de 24 de los 40 escritores, poetas y narradores que se dieron cita entre el 23 y 26 de julio de 2008 en Acapulco, Guerrero, y que será presentado el próximo 29 de enero.


PRESENTACIÓN del Número 109 de la revista Blanco Móvil, dedicado a los escritores mexicanos del Pacífico. 
Participan: Andrés Acosta, Ernesto Lumbreras, Jeremías Marquines y Eduardo Mosches. 
Lectura de textos: Juan Carlos Colombo y Francesca Guillén. 
Música: Ana Contreras. 
Café-Bar “Las Hormigas”. Jueves 29 de enero, 19:00 horas.
CASA DEL POETA
Álvaro Obregón 73, Colonia Roma (entre Córdoba y Mérida) 
Entrada libre



Hablando de sincronías

Muchas veces uno se pregunta si las coincidencias quieren decir algo. Quién sabe si digan algo o no, sin embargo, pueden servir como pistas que apunten en una dirección específica. Habría que experimentar hacia dónde conducen. David Lynch (otro gran intuitivo) habla en su libro Catching the big fish sobre algunas coincidencias acerca del título de su enigmática película, sin guión escrito, de 2006, Inland Empire:

El título 

Un día todavía al principio del proceso, hablando con Laura Dern, me enteré de que su actual marido, Ben Harper, es de Inland Empire, en Los Ángeles. Estábamos charlando y Laura lo mencionó de casualidad. No sé cuándo surgió, pero se lo dije: "ése es el título de la película". Por entonces yo todavía no sabía nada sobre la película. Pero quería titularla Inland Empire

Mis padres tienen una cabaña de madera en Montana. Y un día mi hermano, limpiando la cabaña, encontró un álbum de recortes detrás de un armario. Me lo mandó, porque era mi álbum de cuando tenía cinco años, de cuando vivíamos en Spokane, Washington. Abrí el álbum de recortes y la primera fotografía era una vista aérea de Spokane. Y debajo podía leerse: "Inland Empire". De modo que deduje que iba por el buen camino. 


David Lynch / Catching the big fish


lunes, 19 de enero de 2009


El Grupo Editorial Norma y la Feria Nacional del Libro de León, Guanajuato, han tomado la magnífica iniciativa de estimular la creación de literartura para jóvenes con el 

Primer Premio Nacional de Literatura Juvenil FeNaL-Norma 2009. 

BASES:
1. Podrán participar todos los escritores adultos que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad o procedencia que cuenten con 5 años comprobables de residencia en la República Mexicana, con novelas, inéditas y originales, de tema libre, escritas en castellano, que no tengan compromisos de publicación ni hayan sido presentadas en otros certámenes, ni correspondan a autores fallecidos con anterioridad al anuncio de esta convocatoria. Las obras deberán estar dirigidas a un público lector de entre 13 y 18 años de edad.
2. La extensión de las obras será de un mínimo de 100 cuartillas, tamaño carta, escritas a máquina o en computadora con letra de 12 puntos, a doble espacio por una sola cara. Deberán enviarse tres copias impresas,
encuadernadas o engargoladas con el respaldo en archivo electrónico en CD-rom.
3. Cada original irá firmado con seudónimo, siendo obligatorio adjuntar un sobre cerrado que contenga los datos personales del autor (nombre, apellidos, dirección, correo electrónico y teléfono) e incluirá una hoja currícular. Asimismo, el autor declarará por escrito que la obra u obras enviadas son originales, inéditas y no premiadas en anteriores concursos o están pendientes de fallo en otros premios, ni tienen comprometidos sus derechos con editorial alguna. Las obras que no cumplan con los requisitos no serán leídas.
4. Los originales se remitirán indicando claramente en el sobre: PREMIO DE LITERATURA PARA JÓVENES, FeNaL - NORMA a la siguiente dirección: 
GRUPO EDITORIAL NORMA
Av. Presidente Juárez 2004
Col. Fracc. Industrial Puente de Vigas
CP 54090, Tlalnepantla de Baz, Edo. de México
Tel: (55) 5366 7900 ext. 63431 y 63429
5. El plazo de admisión de originales cerrará el 27 de febrero de 2009 a las 18:00 hrs. No se recibirán obras enviadas por correo electrónico.
6. Las entidades organizadoras no se hacen responsables de las posibles pérdidas o deterioros de los originales, ni de los retrasos o cualquier otra circunstancia imputable a correos o a terceros que pueda afectar los envíos de las obras participantes en el premio. Se tomará en cuenta la fecha de la remisión del servicio de mensajería y/o el matasellos para envíos por correo postal.
7. Se establece un premio único e indivisible, dotado con la cantidad de $80,000 (ochenta mil pesos) para la obra seleccionada como ganadora. El importe del premio es independiente de los derechos de autor que se estipulen en el contrato de edición.
8. El premio compromete además la publicación de la novela por parte de Grupo Editorial NORMA y el derecho a su comercialización. El Grupo Editorial NORMA suscribirá un contrato de acuerdo con los términos expuestos en las presentes bases y con la Ley Federal de Derechos de Autor.
9. El(la) autor(a) de la novela ganadora cederá a Grupo Editorial NORMA el derecho exclusivo de explotación de su novela para todo el mundo, en versión libro, en castellano, en todas sus modalidades, y por un plazo máximo de cinco años.
10. Asimismo, el(la) ganador(a), así como los autores con menciones honoríficas (si fuera el caso), se compromete(n) a participar en los actos de presentación y promoción de su obra que la FeNaL-Grupo Editorial NORMA consideren adecuados.
11. El premio podrá declararse desierto y la FeNaL acumulará el monto económico para la emisión del premio del año siguiente.
12. El fallo del jurado será inapelable y se hará público por algún medio masivo de comunicación dos semanas antes de la Feria Nacional del Libro-FeNaL 2009 que se llevará a cabo del 15 al 24 de mayo. El premio será entregado al ganador en el marco de la Feria Nacional del Libro-FeNaL 2009.
13. El jurado será nombrado por la FeNaL- Grupo Editorial NORMA y estará formado por especialistas en literatura infantil y juvenil. La composición del jurado se dará a conocer hasta la publicación de la obra y autor ganador del premio.
14. Grupo Editorial NORMA se reserva el derecho de opción preferente para publicar cualquier novela presentada al concurso literario que, no habiendo obtenido dicho premio, sea considerada de su interés, previa suscripción del correspondiente contrato con su autor(a), en las condiciones habituales.
15. Una vez publicado el fallo, los originales no premiados y sus copias serán destruídos sin que quepa reclamación alguna en este sentido. Los participantes no ganadores ni finalistas estarán exentos de cualquier compromiso con la FeNaL y Grupo Editorial NORMA.
16. Por el hecho de presentarse al premio, los autores aceptan las presentes bases y se comprometen a no retirar su obra una vez registrada al concurso.
17. El jurado estará facultado para resolver toda cuestión de su competencia que no hubiera quedado establecida de modo explícito en estas bases.

Informes al teléfono (477) 716.43.01 / contacto.fenal@gmail.com


sábado, 17 de enero de 2009


La otra tríada sobre la novela, ésta según el escritor de Al filo de la navajaWilliam Somerset Maugham: 

 "Hay tres reglas para escribir una novela. 
Lo único malo es que nadie sabe cuáles son."  

miércoles, 14 de enero de 2009



La alquimia comienza de nuevo


Taller de escritura creativa en la Universidad Iberoamericana 2009,

impartido por Andrés Acosta, 
para alumnos y egresados de la UIA. 

Martes y jueves de 11:00 a 13:00 horas
Campus Santa Fe
Edificio U, de talleres artísticos, 
mejor conocido como El cerrito 
(junto al estacionamiento 1)

Informes e inscripciones aquí

Además hay una oferta amplia de talleres artísticos sin costo para la comunidad Ibero.

sábado, 10 de enero de 2009


Los tres ingredientes

Dice Miguel Delibes que hay tres ingredientes fundamentales para la novela:
Un hombre, un paisaje y una pasión.


jueves, 8 de enero de 2009


Una diferencia sutil, pero brutal

"Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación", dice Truman Capote en su prólogo a su libro de cuentos Música para camaleones. He aquí el texto íntegro:


Mi vida (como artista, por lo menos) puede ser proyectada en un gráfico con la misma precisión que una fiebre, registrándose altos y bajos, ciclos específicamente definidos.

Comencé a escribir a los ocho años, inesperadamente, sin la inspiración de un modelo. No conocía a nadie que escribiera. En realidad, apenas si conocía a alguien que leyera. El hecho era que sólo cuatro cosas me interesaban: leer, ir al cine, zapatear y dibujar. Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.

Pero, naturalmente, yo no lo sabía. Yo escribía historias de aventuras, novelas policiales, escenas cómicas, cuentos que me habían narrado ex esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Me divertía muchísimo, al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero brutal. Después de eso, cayó el látigo.

Así como algunas personas practicaban el piano o el violín cuatro y cinco horas diarias, yo practicaba con mis lapiceras y papeles. Sin embargo, no mostraba a nadie lo que hacía. Si alguien me preguntaba en qué estaba ocupado todo ese tiempo, les decía que con mis tareas escolares. En realidad, nunca hacía tareas escolares. Las literarias me mantenían totalmente ocupado: se trataba de mi aprendizaje en el altar de la técnica, del oficio, de las endiabladas complicaciones de la división en párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo, para no mencionar el gran diseño total, el gran arco que exige comienzo, medio y final. Había que aprender, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura, de la mera observación cotidiana.

En realidad, lo más interesante que escribí en ese tiempo fueron las simples observaciones cotidianas que asentaba en mi diario. Descripciones de un vecino. Largas transcripciones literales de conversaciones oídas. Chismes locales. Un tipo de reportaje, un estilo de “ver” y “oir” que más adelante influiría seriamente en mí, aunque entonces no me daba cuenta, pues todo lo “formal” que escribía, lo que pulía y pasaba cuidadosamente a máquina, era más o menos ficticio.

Ya a los diecisiete años era un escritor consumado. De ser pianista, ese hubiera sido el momento propicio para el primer concierto en público. Siendo escritor, decidí que era el momento de publicar. Envié cuentos a las principales publicaciones literarias y a las revistas de distribución nacional, que en aquellos días publicaban los cuentos de mayor “calidad”, como Story, The New Yorker, Harper’s Bazaar, Mademoiselle, Harper’s, Atlantic Monthly. Mis cuentos aparecieron, puntualmente, en las mismas.

Luego, en 1948, publiqué una novela: Otras voces, otros ámbitos. Fue bien recibida por la crítica y resultó un best seller. También, debido a una exótica fotografía de su autor en la contratapa, fue el comienzo de una cierta notoriedad que me ha perseguido todos estos años. En realidad, muchas personas han atribuido el éxito comercial de la novela a la foto. Otros restaron importancia al libro, como si se tratara de un extraño accidente: “Sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien”. ¿Sorprendente? ¡Sólo hacía catorce años que escribía, día tras día! En general, la novela fue una conclusión satisfactoria del primer ciclo de mi desarrollo.

Una novela corta, Desayuno en Tiffany’s, concluyó el segundo ciclo en 1958. Durante diez años experimenté con casi todos los estilos y formas literarios, intentando dominar una variedad de técnicas, lograr un virtuosismo tan fuerte y flexible como la red de un pescador. Por supuesto, fracasé en varias de las áreas que ensayé, pero es verdad que uno aprende más del fracaso que del éxito. Así fue en mi caso, y más adelante pude aplicar con gran provecho lo que aprendí. De todos modos, durante esa década de exploración escribí colecciones de cuentos cortos (Un árbol nocturno, Recuerdo de Navidad), ensayos y retratos (Color local, Observaciones, la obra contenida en Los perros ladran), obras de teatro (El arpa de hierba, Casa de flores), libretos para películas (Beat the Devil, The Innocents), y una enormidad de reportajes, la mayoría para The New Yorker.

En realidad, desde el punto de vista de mi destino creativo, lo más interesante que hice durante toda esta segunda fase apareció primero en The New Yorker como una serie de artículos, y posteriormente en un libro titulado Se oyen las musas. El tema era el primer intercambio cultural entre la Unión Soviética y los Estados Unidos: una gira hecha por Rusia, en 1955, por una serie de negros norteamericanos que representaban Porgy and Bess. Concebí toda la aventura como una breve novela cómica “verídica”, la primera de todas.

Unos años antes, Lillian Ross había publicado Picture, su historia de la filmación de una película, The Red Badge of Corage. Con sus rápidos cortes, las escenas retrospectivas o anticipatorios, era, en sí, como una película, y mientras la leía me preguntaba qué pasaría si la autora abandonara su dura disciplina lineal de reportaje directo y tratara el material como su fuera una novela: ¿ganaría o perdería el libro? Decidí ver qué pasaba, cuando se me presentara el tema apropiado. Porgy and Bess en Rusia, en pleno invierno, me pareció apropiado.

Se oyen las musas recibió críticas excelentes; incluso fue elogiada por medios generalmente poco benévolos conmigo. Aun así, no llamó especialmente la atención, y las ventas fueron moderadas. Sin embargo, el libro fue un acontecimiento importante para mí: mientras lo escribía, me di cuenta de que podría haber hallado solución a lo que siempre había sido mi mayor dilema creativo.

Desde hacía muchos años me sentía atraído hacia el periodismo como una forma de arte en sí mismo, por dos razones: primero, porque me parecía que nada verdaderamente innovador se había producido en la prosa, o en la literatura en general, desde la década de 1920, y segundo porque el periodismo como arte era casi terreno virgen, por la sencilla razón de que muy pocos escritores se dedicaban al periodismo y, cuando lo hacían, escribían ensayos de viaje o autobiografías. Se oyen las musas me hizo pensar de una manera totalmente distinta. Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala que tuviera la verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de inmediato de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía.

Sólo en 1959 un misterioso instinto dirigió mis pasos hacia el tema –un oscuro caso de asesinato en una región aislada de Kansas- y finalmente, en 1996, pude publicar el resultado: A sangre fría.

En un cuento de Henry James, creo que The Middle Years, el protagonista, que es un escritor en las sombras de la madurez, se lamenta: “Vivimos en la oscuridad, hacemos lo que podemos; el resto es la locura del arte”. Dice esto, más o menos. De todos modos, James habla con toda franqueza, nos dice la verdad. Lo más oscuro de la oscuridad, lo peor de la locura, es el inexorable riesgo que entraña. Los escritores, al menos los que están dispuestos a correr verdaderos riesgos, los que se aventuran a todo, tienen mucho en común con otra raza de solitarios: los que se ganan la vida jugando al billar y a los naipes. Muchos pensaron que estaba loco al pasar seis años recorriendo las llanuras de Kansas; otros rechazaron mi concepción de la “novela verídica”, decretándola indigna de un escritor “serio”. Norman Mailer la describió como “un fracaso de la imaginación”, queriendo decir, supongo, que un novelista debería escribir sobre algo imaginario y no sobre algo real.

Sí, fue como jugar al poker con apuestas altísimas. Durante seis largos años, en que sentí los nervios desquiciados, no supe si tenía o no un libro. Fueron largos veranos y helados inviernos, pero y seguía firme ante la mesa de juego, jugando la mano lo mejor posible. Luego, resultó que sí tenía un libro. Varios críticos se quejaron que “la novela no ficticia” era un término para llamar la atención, un fraude, y que no había nada de nuevo ni original en lo que yo había hecho. Otros, sin embargo, opinaron de manera distinta. Se dieron cuenta del valor de mi experimento y pronto lo pusieron en práctica. Nadie fue más rápido que Norman Mailer, que ganó mucho dinero y obtuvo muchos premios con sus novelas no ficticias (Los Ejércitos de la Noche, Of a Fire on the Moon, La Canción del Verdugo), si bien ha tenido mucho cuidado en no describirlas nunca como “novelas verídicas”. No importa: es un buen escritor y un gran tipo, y estoy agradecido por haber podido hacerle un pequeño favor.

La zigzagueante línea en el gráfico de mi reputación como escritor alcanzó una altura saludable, y allí la dejé un tiempo antes de pasar a mi cuarto ciclo, que supongo será el último. Durante cuatro años, aproximadamente entre 1968 y 1972, me dediqué a leer, seleccionar, corregir y clasificar mis propias cartas, las de otras personas, mis diarios (que contienen descripciones detalladas de cientos de escenas y conversaciones) correspondientes al período 1943-1965. Tenía la intención de utilizar gran parte de ese material en un libro que planeaba desde hacía años: una variante de la novela verídica. Lo titulé Answered Prayers (Plegarias escuchadas), que es una cita de Santa Teresa, quien dijo: “Se derraman más lágrimas por plegarias escuchadas que no escuchadas”. Comencé a trabajar en este libro en 1972, escribiendo primero el último capítulo (siempre es bueno saber adónde va uno). Luego escribí el primero, “Monstruos no malcriados”, después el quinto, “Un severo insulto al cerebro”, a continuación el séptimo, “La côte basque”. Proseguí de esta forma, escribiendo distintos capítulos fuera de secuencia. Pude hacerlo porque el argumento –o argumentos, más bien- eran verídicos, y todos los personajes, reales. No era difícil recordarlo todo, pues no había inventado nada. Sin embargo, no fue mi intención escribir un roman à clef, ese género en que los hechos se disfrazan de ficción. Mis intenciones eran lo opuesto: quitar los disfraces, no fabricarlos.

En 1975 y 1976 publiqué cuatro capítulos del libro en la revista Esquire. Esto enojo en ciertos círculos, en los que se tuvo la sensación de que yo estaba traicionando confidencias, maltratando a amigos y / o a enemigos. No quiero discutir esto; se trata de política social y no de mérito artístico. Diré solamente que todo lo que tiene el escritor para trabajar es el material que ha reunido como resultado de su propio esfuerzo y de sus observaciones, y no se le puede negar el derecho de usarlo. Se podrá condenar su uso, pero no negárselo.

No obstante, interrumpí Answered Prayers en setiembre de 1977, hecho que nada tuvo que ver con la reacción pública recibida por las partes ya publicadas. La interrupción se debió a que yo estaba pasando un momento terrible: atravesaba una crisis creativa y personal al mismo tiempo. Como la faz personal no estaba relacionada, excepto muy tangencialmente, con la creativa, sólo es necesario referirme al caos creativo.

A pesar de que fue un verdadero tormento, ahora me alegro de que haya ocurrido. Después de todo, alteró mi concepción total de la literatura, mi actitud hacia el arte, la vida, el equilibrio entre ambos y mi comprensión de la diferencia entre lo verdadero y lorealmente verdadero.

Por empezar, creo que la mayoría de los escritores, incluso los mejores, recargan las tintas. Yo prefiero aligerarlas, usar un estilo simple y cristalino como un arroyo de campo. Descubrí que mi estilo se volvía demasiado denso, que me llevaba tres páginas conseguir efectos que debería lograr en un solo párrafo. Volví a leer y a releer todo lo que había escrito enAnswered Prayers, y empecé a tener dudas, no acerca del material o de mi enfoque, sino de la textura del estilo. Releí A sangre fría y tuve la misma reacción: en muchas partes el estilo no era tan bueno como debería ser, y no liberaba todo el potencial. Lentamente, con una alarma que iba en aumento, volví a leer que nunca, ni una sola vez en mi carrera de escritor, había explotado toda la energía ni toda la excitación estética contenidas en el material. Me di cuenta de que, hasta en las mejores partes, trabajaba con la mitad, e incluso un tercio, de las posibilidades que tenía. ¿Por qué?

La respuesta, que me fue revelada después de meses de meditación, era sencilla pero no muy satisfactoria. No hizo nada, por cierto, para disminuir mi depresión. Por el contrario, la empeoró. La respuesta creaba un problema aparentemente insoluble y, si no podía solucionarlo, mejor era dejar de escribir. El problema era el siguiente: ¿cómo puede un escritor combinar con buen resultado dentro de una sola forma –digamos el cuento- todo lo que sabe de todas las otras formas literarias? Pues a esto se debía el que mi obra estuviera, a menudo, iluminada insuficientemente: el voltaje existía, pero al restringirme a las técnicas de la forma en la que escribía en ese momento, no utilizaba todo lo que sabía del arte de escribir, todo lo que había aprendido de libretos, obras de teatro, reportajes, poesías, cuentos, nouvelles, novelas. Un escritor debía tener a su disposición, sobre su paleta, todos los colores, todas las habilidades para poderlos combinar y, cuando fuera apropiado, aplicar simultáneamente. La pregunta era: ¿cómo?

Retomé Answered Prayers. Descarté un capítulo y volví a escribir tros dos. Mejor, decididamente, mucho mejor. Pero la verdad era que debía volver al jardín de infantes. Allí estaba, otra vez, frente a una mesa de juego, aunque excitado, pues me sentía iluminado por un sol invisible. Aun así, mis primeros experimentos fueron torpes. Me veía como a un niño con una caja de lápices de colores.

Desde el punto de vista técnico, la mayor dificultad que tuve al escribir A sangre fría fue no participar. Por lo general, el periodista tiene que entrar en la obra como personaje, como observador testigo, si es que quiere mantener el libro dentro del plano de lo verosímil. Yo sentía que era esencial, para el tono aparentemente objetivo del libro, que el autor permaneciera ausente. En realidad, en todos mis reportajes, siempre intenté mantenerme lo más invisible que fuera posible.

Ahora, sin embargo, me coloqué en el centro del escenario y empecé a reconstruir, de una manera severa y mínima, conversaciones cotidianas con personas comunes: el encargado de mi edificio, un masajista en el gimnasio, un viejo compañero de escuela, mi dentista. Después de escribir cientos de páginas sencillas, llegué a conseguir un estilo. Había descubierto un marco dentro del cual podía asimilar todo lo que sabía del arte de escribir.

Más tarde, utilizando una versión modificada de esta técnica, escribí una nouvelle verídica (Ataúdes tallados a mano) y una cantidad de cuentos. El resultado es el presente volumen, Música para camaleones.

¿Cómo ha afectado todo esto al resto de mi obra en preparación, Answered Prayers? Considerablemente. Mientras tanto, heme aquí solo, sumido en mi oscura locura, completamente solo con mi mazo de naipes y, por supuesto, con el látigo que Dios me dio.

Truman Capote / Música para camaleones



Yo voy a la Univercidad, ¿y tú?

Me subo al metrobús Insurgentes y descubro que no voy rumbo a la Universidad, sino a la Univercidad. ¿Por qué no mejor Huniverzidad?
Uno sale de casa creyendo que va a una parte y resulta que llega a otra. Al llegar a la Univercidad como que todo estaba un poco más más curvo, más vencido, desvencijado, jodido pues.
¿A quién se le ocurrirá hacerle una corrección ortotipográfica a esta ciudad sin nombre?
Habría que aplicarle un buen deleátur a algunos funcionarios disfuncionales.


lunes, 5 de enero de 2009


Max, según David Lynch

Pero en el teatro nocturno de Max no sucede nada, excepto esa forma que tiene el tiempo de reptar como serpiente. Max se asoma hacia el público expectante, un puñado de butacas congeladas que sudan la muerte; una risotada fuera de sincronización. ¡Otra vez el timing, Max! 


propósito: escribir