martes, 26 de abril de 2011


Agradezco la pequeña reseña de OLFATO publicada en:




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Internet y las historias de vampiros

abril 20, 2011 Internetphoto 2 Comments
Los jóvenes son fanáticos de las historias de vampiros. Ejemplos hay muchos desde Crepúsculo, Nocturna y hasta algunos más clásicos como Drácula.
Sin embargo, también hay autores mexicanos como Andrés Acosta y su libro Olfato, que trata el tema de los chupasangre de una manera original estableciendo una casta de vampiros con características particulares. Además de darle un toque local, ya que parte de la trama se desarrolla en la Glorieta de los Insurgentes y Santa Fe.
Lo interesante de este libro, además de que está excelentemente bien escrito y no puedes dejar de leer, es que el personaje principal Fulvio tiene su propio blog en donde narra experiencias, comparte noticias e imágenes a los lectores.
Como-me-hice-vampiro.blogspot.com es el nombre de la bitácora en línea en donde podrás conocer más información del joven de 17 años fanático del heavy metal que es protagonista del libro, así como del autor y curiosidades.
Olfato fue ganador del Premio Gran Angular México 2009. Así que apoya a los escritores mexicanos y no dejes de leer el libro.
Sangrientos bits,
LHT

miércoles, 13 de abril de 2011



Hacia una feliz distopía


Los seres humanos nacen unos catorce años demasiado pronto.
Joseph Campbell

por Andrés Acosta
¿Literatura juvenil?, pregunta con la ceja arqueada algún colega escritor,  ¿y eso existe, tú? Respondo que honestamente no sé si  exista, pero de que hay libros y colecciones de  iteratura juvenil, los hay. Incluso, hago un alto  en la escritura del tercero en mi bibliografía para redactar en breve nota.
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Actualmente no dudamos que exista la juventud (en su forma moderna), a pesar de ser un invento reciente.  La juventud es una construcción  aseguran algunos sociólogos. Y se trata de un producto novedoso en la historia del hombre, de apenas sesenta años, si pecamos de precisos (¡ja!, la juventud ya cumplió sus primeros sesenta).

Hasta la primera mitad del siglo XX no existía la juventud tal como la conocemos ahora: un período de varios años de adaptación al mundo adulto, breve y feliz para unos;  largo, confuso y desventurado para otros.  El final de la infancia era tan abrupto que casi de inmediato había que empezar a lidiar con las responsabilidades típicas de la adultez,  como el trabajo y el matrimonio. Después  de la Segunda Guerra mundial las condiciones de vida cambiaron; el promedio de vida se alargó, se empezaron a reconocer los derechos de los niños y de los adolescentes, y surgió entonces una etapa más en el desarrollo por el cual debe atravesar cada persona.  Una etapa que iba aproximadamente de los trece o catorce años a los dieciocho, y que cada vez se extiende más: hasta los veintiséis años, en algunos países, y que en México ya anda, al menos en cuanto a becas y publicaciones, por los ¡treintaicinco años!
El invento de la juventud está  innegablemente ligado al capitalismo y nace en un entorno de crisis y desempleo típicos de la posguerra. ¿Convenía mantener más tiempo ocupado estudiando a un sector de la sociedad con bajas expectativas de encontrar trabajo, o era necesario diseñar un nuevo perfil de consumidor, vital, agresivo, para reactivar la economía? Ahora, incluso hay quienes estudian distintos doctorados y posdoctorados como una forma de mantener su estatus estudiantil (juvenil) y así evitar enfrentarse con la realidad que los espera más allá del paternalismo de las becas académicas.
En los años cincuenta, la cultura popular vio surgir figuras emblemáticas de la juventud, para muestra, ahí está James Dean y su clásica actitud ante la vida (que  lo llevó a una muerte tan veloz como su coche de carreras). Desde aquellos primeros jóvenes, rebeldes e inadaptados, hasta la tristemente famosa Generación ni-ni de hoy (jóvenes que ni estudian ni trabajan)  lo que priva es la oscura perspectiva laboral y de vida.  Según la Organización Internacional  del Trabajo, en la actualidad, la tasa de desempleo mundial es del 21%.
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De las primeras obras de la literatura juvenil contemporánea (LJC), entendida como aquella que se escribe ex profeso para jóvenes, a partir de la segunda mitad del siglo XX, destacan las de Paul Zigman (The Pigman, 1968)  y Susan Hinton. Quiero referirme al caso paradigmático de Susan Hinton, quien nació en Tulsa, Oklahoma, justamente en 1950. Susan, con tan sólo diecisiete años, y frustrada por no encontrar libros en su ciudad de origen que hablaran de temas que a ella le interesaran, publicó la novela Los rebeldes (The Outsiders, 1967), convirtiéndose en un éxito instantáneo, igual que la Ley de la calle (Rumble Fish, 1968) publicada el año siguiente. Francis Ford Coppola llevó ambas novelas a la pantalla grande en 1983; se ubican en Tulsa, entre los años cincuenta y sesenta, y giran en torno a jóvenes inadaptados con un futuro negro, desesperanzador.

La LJC sí existe. Talvez sea otro de esos inventos modernos, una especie de construcción derivada de la juventud, creada por la industria editorial para cubrir la demanda del sector social que más lee (en cuanto a edades se refiere). ¿Pero acaso no surgieron así los antiguos géneros literarios, como una respuesta a la necesidad de contar, de sacar a la luz la historia de un determinado grupo social?
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Aunque la máxima aspiración  de la LJC, al menos desde mi punto de vista, sea convertirse simplemente en literatura, sin apellidos ni clasificaciones, es necesario (¡oh, paradoja!) que primero alcance su diferenciación (como un proceso natural de evolución en la historia de la literatura).

En muchas ocasiones se utilizan los términos literatura infantil (LI) y literatura infantil y juvenil (LIJ) como sinónimos, pero para ser justos, el término literatura juvenil (LJ) merece su diferenciación e independencia. Además de esta nota, dejo de lado la literatura clásica y sus adaptaciones, que suelen incorporarse a algunas colecciones del LJ, para referirme estrictamente a un género que se practica sólo  a partir de la invención de la juventud, escrito ex profeso para un público juvenil: la LJC.
Al contrario de lo que sucede con la literatura infantil en nuestro país, bastante desarrollada durante las últimas décadas, la LJC, poco conocida, y por consiguiente, incomprendida, se concentra en un solo género: la novela. No dudo que existan el cuento y la poesía juveniles, pero las pocas colecciones de LJC nacionales (y la mayoría de las extranjeras) sólo editan novela. De entre esas pocas colecciones de LJC, el porcentaje de autores locales dentro de su catálogo suele ser bajo; quizás, en primer lugar, por la dificultad de encontrar obras de valía;  en segundo, porque es más seguro comprar los derechos de una obra extranjera que ya  demostró  antes su calidad o, al menos, sus altas ventas en otros países, que arriesgarse con una nueva.

Muy pocas editoriales han apostado por un catálogo de LJC con un porcentaje alto de autores locales, como Ediciones SM, que incluso promueve la escritura del género a través del premio Gran Angular.  También están la editorial Norma y su reciente Premio de Novela Juvenil, Progreso y el Naranjo, que hacen un gran esfuerzo por conquistar autores nacionales. Con menos autores locales figuran Alfaguara, Castillo y el Fondo de Cultura Económica.  Aunque, por otro lado, editoriales como Almadía, Océano, Random House Mondadori, Ediciones B y Jus ya empiezan a publicar LJC  nacional.
Y, así como podríamos decir que un objeto es arte desde el momento en que se exhibe como tal en un museo o en una galería, prácticamente cualquier obra que se edite en una colección de LJC es LJC. Sin embargo, quiero destacar al menos un rasgo obvio y a la vez engañoso de este género: la temática juvenil. No toda obra que verse sobre dicha temática es LJC. Tampoco toda LJC tiene por tema la juventud, pero es uno de los posibles puntos de partida, especialmente los llamados ritos de iniciación modernos.
Joseph Campbell sostiene que la humana es la especie que depende durante más tiempo de sus progenitores para subsistir, entre doce y catorce años. También dice que, a partir de esa edad  hay un segundo nacimiento que las culturas antiguas tenían bien identificado, por lo que se llevaban a cabo ciertos ritos de iniciación, algunos bastante salvajes, pero que simbolizaban, entre otras cosas, la propia muerte para nacer en el mundo adulto.
Buena parte de la LJC   tiene como trasfondo los nuevos ritos de iniciación o, incluso, los ritos del futuro, que casi siempre se proyectan a través de una visión apocalíptica del mundo.
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El desarrollo de la LJC nacional comienza  a cobrar impulso, cuenta ya con varios autores que destacan por su calidad y porque han ganado premios como el Gran Angular, el Norma-Fundalectura o cuyos libros se seleccionan para el programa de Bibliotecas de Aula, de la SEP, o para algún otro fondo editorial: Antonio y Javier Malpica, Jaime Alfonso Sandoval, Mónica Brozon, Gilberto Rendón, Verónica Murguía, Bernardo Fernández Bef, María García Esperón, Juan Carlos Quezadas, Berta Hiriart (en cuento juvenil); Francisco Hinojosa (con una novela gráfica) Norma Muñoz Ledo, Antonio Ramos Revillas, Flor Aguilera, Cecilia Eudave y Paulina Aguilar, entre otros. Pero es en países como Estados Unidos e Inglaterra donde existe ya una tradición de varias décadas.

Buena parte de la LJC tiene como trasfondo los nuevos ritos de iniciación o, incluso, los ritos del futuro, que casi siempre se proyectan a través de una visión apocalíptica del mundo.
Tomando en cuenta que el panorama para la juventud actual, globalizada, se presenta sombrío, quizá esta es la razón  por la que en las estanterías de lo juvenil de Estados Unidos, una corriente a todas luces distópica, como bien detecta Laura Millar en su artículo para The New Yorker: “Infierno fresco: Qué hay detrás del boom de la ficción distópica para lectores jóvenes”.
Miller describe una serie de novelas con escenarios oscuros y apocalípticos cuyos protagonistas son jóvenes que deben sortear peligrosas pruebas para sobrevivir.  La trilogía de  novelas, de Suzanne Collins, Los juegos del hambre (2008-2010), es el ejemplo perfecto. Su protagonista, Katniss Everdeen vive en uno de los doce distritos regidos por el despótico poder central del Capitolio. Cada año son seleccionados al azar dos niños por distrito  para que participen en un brutal torneo, televisado, de supervivencia: al final sólo debe quedar vivo un niño. Argumento, por cierto, muy parecido al de la novela del japonés Koushun Takami, Battle Royale (1999), en la que un gobierno totalitario obliga a jóvenes estudiantes a luchar a muerte entre sí. Esta última novela dio lugar a la estupenda adaptación cinematográfica del mismo nombre, dirigida por Kinji Fukasaku (2000). En breve, Los juegos del hambre. Habría que comparar los resultados de ambas películas, pero sospecho que, por mucho, la versión japonesa lleva las de ganar.
Millar detecta dos diferencias importantes entre las distopías para adultos y para jóvenes. En primer lugar, mientras la distopía en la literatura para adultos no es capaz de librarse del tufo moralista, de la advertencia didáctica sobre el futuro, la juvenil , en cambio, constituye un recuento alegórico de lo que el joven sufre mientras se intenta adaptar a un mundo que hereda en franca decadencia, lleno de injusticias, jerarquías y desempleo.
En segundo lugar, y más importante aún, Millar se da cuenta de que la distopía juvenil atiende más a una lógica arquetípica que racional, de manera que nos presenta historias míticas, fábulas, antes que simple crítica social.  Por tal motivo, los avances tecnológicos y los personajes extravagantes sólo son parte del escenario de un cúmulo de historias con un marcado carácter universal.
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Es muy posible que en los próximos años la tendencia distópica llegue a la LJC de México, y que esto suceda en pleno apogeo del subgénero como parte de su itinerario natural, encaminado hacia temas arquetípicos, universales, llenos de aventuras que seducen más a los lectores jóvenes que cualquier texto aleccionador.

Cuando la LJC entre en verdadera eclosión luminosa, abrevará de los temas más oscuros para forjar una feliz distopía. Así, no nos extrañará ver resurgir entre sus páginas a un Rama, un Prometeo, o un Hunaphú contemporáneos, atravesando por peligrosas pruebas en escenarios nacionales o, al menos, más cercanos a nuestra idiosincrasia.
Publicado en Tierra Adentro, octubre-noviembre 2010, no.166, México, Conaculta.

domingo, 3 de abril de 2011


Presenta el escritor Paul Medrano su libro de cuentos en la semana cultural para festejar el 60 aniversario del Bar del Puerto, en Acapulco

Flor de Capomo, divertimento literario

REDACCIÓN
El escritor Paul Medrano (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1977) presentó este sábado su libro de cuentos Flor de Capomo, como parte de las actividades que se llevan a cabo en Acapulco como parte de la semana cultural para festejar los 60 años del Bar del Puerto, espacio que se ha abierto a diferentes manifestaciones artísticas. En palabras del autor, “Flor de Capomo es un libro de 14 cuentos. Cada relato se titula como una canción norteña –pero del norteño clásico, acota–, asimismo, cada historia comienza con la primera estrofa de la melodía. Si bien las historias no necesariamente transcurren en un escenario de narcotráfico, sí hay dos o tres elementos relacionados con ese ámbito. Pero conviene aclarar que el narco no es el eje central.
“Aquí solamente hay vericuetos cotidianos de personas comunes como un ranchero, un periodista o un taxista, que en ocasiones se entremezclan con situaciones violentas, trágicas, decepcionantes o ridículas. Flor de Capomo es un divertimento narrativo, antes que un libro”, explica.
Dos Caminos, novela con la que debutó, publicada por la UNAM el año pasado, es diferente a Flor de Capomo porque la primera obra habla de dos historias unidas “con algo de metaliteratura. Hay mucha experimentación narrativa, muchos planos literarios. En Flor de Capomo, en cambio, hay menos pirotecnia narrativa, menos temática del narco y más humor. Lo hice como un homenaje a la música norteña, la cual es más mexicana y más chingona que el mariachi.
“El norteño es el equivalente mexicano del jazz en Estados Unidos: comenzó en cantinas, discriminado. Ahora, Los Tigres del Norte son reseñados en El País; hay verdaderas joyas, como Pícame tarántula (como la que hace Juan Villareal y sus Cachorros), La nueva Zenaida (con el Flaco Jiménez & Fred Ojeda) oRueda de Fuego (tema de Jonnhy Cash covereado por Mingo Saldívar). A partir de ese universo musical arrancan las historias de Flor de Capomo”.
Sobre la difusión del trabajo literario, el autor dice que actualmente no se puede hablar de “problemas para publicar”, porque “Internet ha revolucionado los procesos para mostrar tu trabajo, sea fotografía, libro, cómic, disco, cine. Los espacios en medios masivos se han incrementado de forma considerable. Quien se queja de problemas para publicar es porque de plano no quiere hacerlo”.
En cuanto al panorama local, lamenta que la tradición literaria de Guerrero haya sido ignorada u olvidada. Afirma que esta situación “mucho se debe a grillas culturales, algunas de ellas, tristemente, pagadas por el poder político”.
En ese tema, reflexiona: “Nos preocupamos más por aplaudir atentados lingüísticos como el que hizo el PRI al cambiar el gentilicio de chilpancingueño a ‘chilpancinguense’, en vez de difundir la obra de chilpancingueños como Andrés Acosta o Luis Zapata. Se antepone la negativa a leer a Eduardo Añorve o a Carlos F. Ortiz sólo porque son criticones. Se desaprovecha el arsenal de escritores como Federico Vite, Jesús Bartolo, Brenda Ríos o Ángel Carlos. Se censura a la juventud, pero se pasa por alto el talento de gente como Ulber Sánchez, Iris García, Renato Rueda o Antonio Salinas”.
Apremió a emprender “una gran campaña” para difundir el trabajo de los escritores guerrerenses, “llevarlos (a ellos y sus libros) a las escuelas, a las plazas públicas, a las cárceles, a las ferias”.
Fuente original: La Jornada Guerrero

sábado, 2 de abril de 2011



en muchos días, muchas cosas he visto