martes, 13 de noviembre de 2007


Mis ganas se renovaron, arremetí con fuerza y ella gimió; alcancé a discernir cada una de las hebras de su voz desatada: su espectro cromático se hizo visible y el mural de las paredes se encendió. La capacidad sinestésica se prolongaba un poco más... Nos recostamos sobre la cama de papel a leer la música con las espaldas: sentí cada una de las notas, su danza en el pentagrama.
Solitarios y podridos



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