Un ciego con una pistola
(mañana empieza el Taller de Novela Negra en Centro de Lectura Condesa)
—¡Uh! —gruñó el reverendo, y apretó su Biblia.
El momento de silencio fue propicio, pero no intencionado. Como si todos los pasajeros se hubieran muerto por un momento debido al impacto de la explosión.
Los reflejos regresaron con el hedor de la pólvora quemada, que hacía picar las fosas nasales e irritaba los ojos.
Una mujer saltó y gritó: «¡Un ciego con pistola!, como sólo podía hacerlo una hermana del alma, con cuatrocientos años de experiencia. Su boca formaba una elipse lo bastante grande como para tragarse la pistola del ciego, mostrando las manchas marrones de sus molares y una lengua blanquecina achatada entre sus dientes interiores y curvada detrás contra su paladar, que vibraba como un diapasón rojo.
—¡Un ciego con una pistola! ¡Un ciego con una pistola!
Fueron sus gritos lo que hizo que todos perdieran el control. El pánico se extendió como los fuegos artificiales chinos.
El hombre blanco grande saltó hacia delante por puro reflejo y chocó violentamente con el ciego, haciéndole saltar la pistola de la mano. Este hizo un doble movimiento y saltó hacia atrás, chocando con su columna vertebral contra una agarradera de hierro. Pensando que el otro tipo le atacaba por detrás, saltó otra vez hacia delante. Si tenía que morir, prefería que fuera por delante que por detrás.
Atacado por segunda vez por un gran cuerpo hediondo, el ciego pensó que le rodeaba una pandilla de linchadores. «Pero me llevaré conmigo a algunos desgraciados», decidió, y disparó dos veces indiscriminadamente.
Chester Himes / Un ciego con una pistola
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