martes, 3 de agosto de 2010




Una reseña de Cómo me hice poeta, de Alejandro Badillo, en su columna El devorador de libros
Martes 1 de junio 2010


El tema del mundo editorial, de los círculos literarios, de la literatura abrevando de la literatura es el leitmotiv de Cómo me hice poeta, obra con la que Andrés Acosta (Chilpancingo, Guerrero- 1964) ganó el premio Juan García Ponce de Novela Breve. Cómo me hice poeta es, ante todo, un ejercicio lúdico y confesional. El lector sigue los pasos de un joven aguijoneado por el deseo de volverse famoso escribiendo novelas. Obsesionado por su sueño, el personaje, desapegado por completo de la lectura y de la escritura, confiando ciegamente en el éxito de su empresa, recurre a distintas estrategias para obtener la fama. Así, en la primera parte de la novela, asistimos a varios escenarios donde un humor carnavalesco es el hilo conductor de la trama: el abandono del hogar paterno, el trabajo en una lavandería pensando que ésta será una fuente inagotable de historias, su inscripción a una escuela de escritores cuyo trastornado director obliga a sus alumnos a realizar ejercicios aeróbicos para convocar la creatividad.

Sin embargo, el arranque de Cómo me hice poeta queda un tanto desvinculado de la segunda parte de la novela. El humor desfachatado, las dificultades de un aspirante a escritor que odia leer libros y que —pese a sus esfuerzos sobrehumanos— no consigue una sola línea, cambia a un tono más ácido que abona a la complejidad del personaje y que lo separa de una simple cadena de anécdotas. En esta parte, el protagonista, después de graduarse sin honores en la escuela de escritores, en permanente sequía creativa, utiliza su obcecación para encontrar trabajo corrigiendo originales en una editorial prestigiosa. La labor tras bambalinas, la humillación del corrector cuya faena queda tras la sombra de un autor afortunado, son elementos que le dan vigor a la novela y la llevan a ámbitos donde la crítica gana en profundidad sin olvidar el divertimento.

A la par de su trabajo editorial, el protagonista se verá inmiscuido en una organización terrorista cuyas armas son los signos de puntuación. Su guía, “El puntuador”, es un tragicómico personaje cuyos postulados ortográficos buscan la sabiduría. El discípulo, entonces, deberá renunciar a la escritura y mirar al mundo sin artificios, como en una especie de Matrix literaria. Después, mediante precisos actos de sabotaje a documentos oficiales —que recuerdan la logia de la novela de Chuck Palahniuk, El club de la pelea— el pequeño grupo de rebeldes encabezado por “El puntuador” planea desestabilizar el sistema a base de comas y puntos. La tergiversación de los textos será cada vez más visceral y pasará de los anuncios públicos y los carteles a un final apoteósico en una reunión de jefes de Estado.

Cómo me hice poeta aborda el ejercicio literario desde la desmesura y la ironía, elementos que no son ajenos a los círculos literarios mexicanos, donde las ansias de poder y la búsqueda de cargos públicos, dejan en el olvido a la literatura. 

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