lunes, 26 de julio de 2010





Terrorismo gramatical 


(según Federico González, de la revista Vértigo, sección Libros, 6 de junio 2010)

Así inicia la novela: un joven cansado de los mandatos familiares y no de muy buenas calificaciones escolares, incluida la materia de español, decide irse de casa de sus padres para iniciar una carrera literaria. Renta un cuarto, consigue computadora —que no sabe ni encender— y trabajo. Se inscribe en una academia de escritores, donde descubre la necesidad de leer y también de escribir para dedicarse al oficio literario. Uno de los primeros obstáculos con que se encuentra es que no tiene o al menos no sabe que decir. Busca episodios en la calle y en la vida nocturna. Cae en los clichés de todo "disque escritor" y en espera de la inspiración divina el tiempo se le escurre de las manos.
Sin cortapisas, Andrés Acosta (Chilpancigo, 1964) presenta una novela que en principio recuerda piezas como El miedo a los animales de Enrique Serna o La muerte de un instalador de Álvaro Enrigue, en cuanto a la sátira con que traza cierta vida cultural. Con una ironía presenta líneas del tipo: "La frase favorita de mi jefe el Oso negro era: Soy escritor, pero escribir no es preciso". Hace mofa de quienes hicieron de la burocracia su asidero para presumir de literatos pese a su incapacidad para leer y no digamos practicar el ejercicio narrativo.
Pero Acosta va más allá. Tiende un puente entre la sátira y la farsa. Del caricaturizado retrato de la burocracia con pose intelectual, se encamina gracias a un corrector de estilo —medio amargado y medio loco también— a alzar la bandera del terrorismo gramatical. Con cuatro colegas más, el protagonista participa de una célula "criminal" que pretende reivindicar la importancia de los signos de puntuación. Mueven de sitio "comas" y "puntos" para ocasionar desastres que trascienden lo lingüístico y ocasionar incluso inestabilidad social.
Ganadora del premio Nacional de Novela Juan García Ponce, Cómo me hice poeta es una novela tan divertida como punzante. No espere que alguien reconozca semejanzas con los personajes de la obra. Seguro a nadie le quedará el saco y en el peor de los casos ignoren directamente del ejercicio propuesto por el narrador guerrerense. No obstante, Andrés Acosta construye una historia que se mueve por dos pistas: la caricaturización de la élite intelectual y la delirante defensa del idioma promovida por los defensores de la puntuación. Por desgracia ambos ejes no tienen la misma contundencia y el impacto disminuye. En cualquier caso la novela mantiene un tamiz oscuro, que por desgracia difícilmente tendrá eco en esa extraña entelequia llamada "República de las letras".


Otros títulos de Andrés Acosta son Capicúa 101 y Doctor Simulacro. 



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