jueves, 7 de enero de 2010


Javier Munguía, escritor y crítico literario que colabora en diversas revistas, publica hoy en su blog Libroadicto una reseña de:

El escritor mexicano Andrés Acosta tiene una larga trayectoria como autor de cuentos y novelas, tanto para niños y jóvenes como para adultos. Entre sus numerosos reconocimiento está el Premio FILIJ de Cuento 2005, que otorga la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de México. La obra galardonada es la que ahora me ocupa, un álbum ilustrado de nombre Lavadora de culpas.
El narrador anónimo de esta historia nos relata, ya adulto, dos episodios que le ocurrieron de pequeño y que marcaron el rumbo que a partir de entonces tomaría su vida. Por un lado, la llegada a su casa de una nueva lavadora, cuyo uso desconoce. Un comentario de su padre lo lleva a decidir que el aparato sirve para lavar culpas. Cuando, tras un incidente ingrato en su escuela, decide probar la efectividad de la lavadora, el experimento parece dar resultado. Por otro lado, a su padre lo despiden del trabajo por un presunto delito que no cometió. El narrador deberá descubrir, y con él el lector, de qué forma están relacionadas ambas anécdotas.
Este pequeño libro propone una reflexión muy necesaria sobre la responsabilidad propia, sobre la empatía. Para madurar, el protagonista deberá primero salir de sí mismo, aunque sea de manera figurada, y ponerse en los zapatos de los otros. Este ejercicio lo ayudará a descubrir el tipo de persona que quiere ser de adulto.
Las ilustraciones de la obra, a cargo de Manuel Monroy, le dan a Lavadora de culpas el toque necesario de humor a través de su desmesura: la lavadora es inmensa; los brazos de algunos personajes son demasiado largos; las cabezas, grandísimas; algunos rostros, graciosamente asimétricos y deformados.
Si de encontrar algún reparo se trata, se podría mencionar que el mensaje central del texto se nos presenta de forma explícita por medio del narrador. A pesar de que el libro está dirigido a lectores pequeños, lo ideal habría sido que éstos aportaran la reflexión, cuyo hallazgo no es complicado, sino que se desprende de forma natural de la historia misma.
Vale la pena mencionar alguna imagen poética discreta, pero evocativa, que el narrador dispara para referir al sueño, así como una sutil analogía entre cierto color, la función de la lavadora y la ética del protagonista. Estos recursos invitan a los lectores a establecer relaciones que van más allá de lo argumental.
Por si hiciera falta, Lavadora de culpas es una muestra más de que la literatura infantil y juvenil no es inofensiva, sino que, en su aparente modestia, es capaz de rasguñar las conciencias y los corazones de sus lectores.

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