domingo, 13 de diciembre de 2009




OLFATO, NOVELA DE LAMPIRES EN UN CONTEXTO MEXICANO: ACOSTA

Por Ricardo Solís
Fotografía de Arturo Campos Cedillo
Suplemento Al FILo de la Jornada
Guadalajara, 3 de diciembre 2009

El narrador mexicano Andrés Acosta, ganador del Premio de Narrativa para Jóvenes Gran Angulareste año con su novela Olfato (SMEdiciones, 2009), fue acompañado la tarde de ayer por el escritor español David Lozano durante la presentación de su libro en el marco de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara que, por estos días, se celebra en la ciudad. En palabras de Acosta, la idea para la novela surgió durante una visita a Salzburgo (Austria) que hizo en 2006, donde encontró a “tres personajes rarísimos, tres bosnios”, con quienes trabó amistad y quienes le “platicaron algunas leyendas rurales acerca de los lampires, que son vampiros de campo en Bosnia” a quienes atribuyen muertes de animales y personas; así, la leyenda se popularizó el pasado siglo, cuenta el novelista, “pues debido a las sucesivas guerras, la gente no quería morir y prefería ser mordido por un lampir, aunque no se trata de vampiros eternos”. Con posterioridad, de vuelta en el país, refiere, “encontré al personaje principal y, de ahí, se armó sola la historia”. Cuando el autor advirtió “la fecha de cierre en la convocatoria del premio”, esto sirvió de impulso para acabar el proyecto. Como parte de los elementos que tienen preponderancia en la trama, “cuando un lampir ‘vampiriza’ a una persona, dentro de los cambios en la metamorfosis que sufre el afectado, se le acentúa uno de los sentidos, aunque nunca se sabe cuál será”, ya que cada caso es diferente. De este modo, el personaje principal (Fulvio), que “vive para escuchar música” (metal), supone por ello que se le “desarrollará el oído”, cuando lo que se acentúa es su olfato (de ahí el título) y, gracias a eso, “puede conocer lo que piensan o sienten las demás personas”. La situación se complica cuando, señala Acosta, de regreso en México –donde roban todo–, al personaje le roban el olfato, pues “una extraña banda trafica con los epitelios olfativos”, utilizando un modus operandi conocido (narcotización y abandono en cuarto de hotel con mensaje en espejo), lo que provoca que “se enfrente a ellos” y se desencadenen los eventos de buena parte de la historia. La estructura capitular, de breves segmentos que aceleran la lectura, “tiene que ver con el ritmo de la música que el personaje central escucha” –señala el autor– (diversos tipos de metal, que “se caracteriza por su movimiento y dinamismo”), esto es, “la acción se va dando poco a poco, lo que hace mayor la intensidad” y era una de las intenciones el reflejar ese flujo de acciones. De esta forma, explica Acosta, durante este proceso de escritura de la novela “los personajes comenzaron a cobrar vida” y conforme se desarrollan las acciones recupera lo perdido, pero “se deja ver que enfrentará después nuevas complicaciones”, es decir, “a través de una historia paralela, un personaje que fue su aliado” se insinúa que se volverá enemigo; por ese motivo, es probable que haya una segunda parte. El vampiro, en este caso, representa “un ser oscuro que llevamos dentro”, lo que ha recibido muchos nombres a lo largo del tiempo; “lo que me interesa es ver ese ‘lado oscuro’ que no sólo es maligno sino creativo”, que puede “hacer que una persona, en situación extrema, decida usar ese lado oscuro para sobrevivir”, esto es, un juego entre viday muerte que, si bien está de moda y puede confundirse con otros productos “más ligeros” (léase Stéphanie Meyer, por ejemplo), en esta novela el contexto es muy distinto; simplemente “el personaje es mexicano” y, de ese modo, “su idiosincrasia y la realidad que lo circunda son muy diferentes de lo estadounidense, motivo por el cual creo que el tema no dejará de ser interesante para muchos lectores jóvenes”.




8 comentarios:

María García Esperón dijo...

Qué interesante nota, refleja varios entretelones de tu novela.
El lampir por ejemplo, me pareció fascinante que hayas reflejado esta especie de "mito nuevo" o relativamente nuevo. Cómo una situación inestable políticamente se refleja en el psiquismo colectivo y modela poéticamente una figura, el lampir, que es expresión del instinto de conservación. Yo ignoraba que los tres amigos de la novela tenían su precedente en la realidad. Esto me la vuelve todavía más fascinante, una transformación poética de la realidad, sello de los grandes escritores como tú.

Yo dijo...

Hola, María, pues sí, fue una tarde lluviosa en Salzburgo, bajo una carpa cervecera, cuando conocí a tres amigos bosnios que me contaron cosas increíbles de los lampires. Siempre le debe uno a los amigos esas charlas desinteresadas que con el tiempo van a parar a un libro. Gracias por tus comentarios, siempre tan valiosos para mí.
Va un abrazo vampírico.

María García Esperón dijo...

jajaja, bienvenido el abrazo, pero todavía no me quiero convertir en vampiro... porque la mortalidad también es interesante.
Otro punto que me llamó la atención, tanto de la novela como del artículo leído es el don que obtiene Fulvio. Lo lógico según su pasión musical hubiera sido el oído, pero es el olfato lo que le es concedido. Y esto es muy interesante, porque le abre otra avenida... recibir el don no pedido, el no buscado, es un regalo muy extraño... que se parece mucho a los "mecanismos" con los que nos sorprende la vida.

(Y la verificacion de palabra que me toca para este comentario es "chaulaka", que puede ser un buen nombre novelístico, tal vez para una lampir húngara, jajaja)

Yo dijo...

bueno, en realidad los lampires no son inmortales, pero viven cientos o hasta miles de años; también conocen la muerte, pero una vez que ya han "vivido varias vidas", por decirlo así.
Sí, eso de recibir un don inesperado es algo que sucede cada día, sólo que no nos damos cuenta.
¿Una vampira húngara? Seguro que mis amigos bosnios han tratado con ella alguna vez, ja, ja.
Va un abrazo sin colmillos!

Yo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
María García Esperón dijo...

Cierto, cierto, los lampires no son inmortales, lo explica muy bien la novela. Claro que cientos de años, comparados con nuestra vida humana, que la Escritura aconsejaba fuera de 70 años (80 o 90 en la actualidad) es... mucha vida. ¿Llegará a cansar? Pienso en uno de mis mitos favoritos, el de la Sibila de Cumas. Ella tiene una inmortalidad finita, por decirlo así, y ha de vivir tantos años cuantos granos de arena cupieron en la palma de su mano. Pero olvidó pedir a Apolo la juventud eterna. Y envejece de manera terrible... y lógica, claro. Y cuando le preguntan... contesta que quiere morir.

Va otro abrazo descolmillado.

Yo dijo...

el secreto de los lampires para envejecer lentísimamente radica en que su organismo produce antioxidantes naturales que los conservan jóvenes durante siglos, pero claro, al final llega la vejez y mueren algún día,

muchos saludos

María García Esperón dijo...

Entonces el secreto está en las zanahorias, brócolis: una buena dosis de antioxidantes. La longevidad es también asunto de genes. Hay gente que vive mucho, mi familia por ejemplo... una tía nonagenaria decía: "A mí me van a tener que matar, porque sola, no me muero".
Y recuerdo la afirmación de Borges, en el sentido de que estaba cansado de ser él, que aguardaba con beneplácito el momento de cesar de ser Borges... "Tengo la esperanza de la muerte", dijo. Es raro ver eso junto: esperanza y muerte, no?
Y un abrazo muy bosnio.